Este post podrá tener mayor o menor relevancia en función de tu residencia, dicho de otra forma, de la cantidad de habitantes vacunados que haya alcanzado tu país.
En mi caso, viviendo en Argentina, tuve la enorme necesidad de tratar de hilvanar hechos y sensaciones que me ayuden a explicar la idea del título de esta nota “Covid: ¿cara o seca?”
“Tiremos la moneda” decíamos cuando la toma de decisiones se había empantanado, y no nos quedaba más remedio que lanzar un metálico que – al caer – determinaría qué opción deberíamos acatar. Así, mientras en suspenso mirábamos la moneda volar en el aire, éramos conscientes que el azar decidiría por nosotros.

Reteníamos el aliento al verla caer, casi llegando a la sofocación cuando ya en el piso no paraba de girar. Después de unos breves segundos todo concluía cuando “cara” o “seca” se mostraba a los ansiosos indecisos que buscaban certezas a través de una vieja moneda.
Con el Covid me pasa algo parecido. Siento que la moneda está en el aire y que al caer podrá decirme que sucederá con nuestro destino: ¿me tocará a mi? ¿le llegará a un familiar? ¿a un amigo? ¿sobreviviré? ¿sobreviviremos? ¿no me tocará? ¿me vacunarán a tiempo?
Mientras me planteo estas preguntas, leo en los diarios que siguen faltando vacunas, que la sepa de la India y Sudáfrica ya circulan por estos pagos, que son más contagiosas que la de Manaos, y que la vacuna (si la tuviese) podría no funcionar del todo con estas variantes del virus.
Pienso que sería una buena idea viajar a Miami a vacunarme, pero se me interrumpe el entusiasmo cuando me entero que el laboratorio que funciona en Ezeiza – el que hace las pruebas antes de viajar – es trucho. Definitivamente no me imagino sentado en un avión, durante 9 horas, pensando si mis vecinos de asiento se habrán cuidado como yo, ya que la portación de test negativo elaborado por ese laboratorio podría no tener valor.
Aparece otra vez la moneda, ¿viajo igual o me quedo? Si viajo, me expongo durante el viaje; si me quedo, me expongo a un sistema de gobierno negligente que – curiosamente – también los veo tirando la moneda para decidir sobre nuestra salud y sobre muchos otros temas que nos tienen en vilo.
En todo este contexto, me surge un único anhelo al que me aferro. Si el destino es inevitable, si carecemos de vacunas para enfrentar lo que se viene, entonces pido solamente que la moneda gire eternamente sin caer al suelo.