Por Cristian Parodi
La baja tasa de egresados de las escuelas secundarias es uno de los problemas sociales más graves del país; es la otra cara del abandono escolar. De acuerdo a datos oficiales alcanza a 500.000 jóvenes cada año. Algunas comparaciones que nos pueden ayudar a entender la magnitud de esta crisis: 200.000 alumnos es la matrícula total de chicos y chicas que asisten a las escuelas secundarias, públicas y privadas de la Ciudad de Buenos Aires. La cantidad de adolescentes que dejan sus estudios cada año equivale a más del doble de todos los jóvenes que asisten a las escuelas medias de la Capital. ¿Se imaginan una ciudad sin estudiantes? ¿Cuál podría ser el impacto y la reacción de la ciudadanía al ver las escuelas vacías de alumnos?. Esas y otras preguntas buscamos responderlas en nuestro anterior post «URGENTE: Todos los alumnos de las escuelas de la Ciudad abandonaron sus estudios»
Medio millón de abandonos escolares se transforman rápidamente en 1.5 millones en tres años; o en 2.5 millones en cinco, sin contar los que ya sucedieron. Resulta difícil pensar que el sistema educativo podrá cambiar esta compleja realidad por si solo. Se necesitará mucho tiempo para poder alterar esa pesada inercia, comparable con suponer que un asteroide se podrá frenar por el impacto de un cohete enviado desde la Tierra.
Semejante arrastre requiere de una gran colaboración de todas las partes que componen el sistema de enseñanza, representado generalmente por políticos, autoridades y docentes. Pero, ¿hay lugar para que también opinen los adolescentes, principales protagonistas? ¿Y sus familias? ¿Cómo aprovechar la inteligencia colaborativa de la comunidad para resolver este problema?
Regresemos por un momento al sistema de enseñanza media de la Ciudad de Buenos Aires. Comentamos que forma anualmente a 200.000 alumnos que asisten a 500 escuelas secundarias (públicas y privadas, datos aproximados, año 2013). Durante un año lectivo suceden muchas cosas en la escuela, especialmente en la vida escolar de sus alumnos mientras atraviesan pruebas, exámenes y trabajos prácticos que los motivan a seguir o a abandonar. Si de doce materias que pueden tener cuando empiezan el primer año obtienen malas notas en la mayoría, estarán más cerca de dejar la escuela que de continuar. Para otro post podríamos analizar qué pasa con el rol del adulto responsable de su enseñanza – el docente – y que tan permeable es su forma de enseñar para que se acerque a sus alumnos a partir de construir empatía basada en los intereses de los jóvenes. En otras palabras, que logre ponerse en el lugar de ellos para adaptar sus estrategias de enseñanza, relacionándolos con el conocimiento que busca instalar. Hacer algo distinto pero efectivo y, especialmente, motivador.
El rol de los padres para mejorar la educación que reciben sus hijos
Los 200.000 estudiantes de la Ciudad generan alrededor de 100 millones de instancias de evaluación por año (pruebas, TP, exámenes orales, recuperatorios, etc.). Podríamos decir que cada instancia, además de representar una nota, es un indicador de calidad de la enseñanza recibida. Esta frase puede sonar polémica porque da para preguntar si alguien que recibió, por ejemplo, un 3 en Historia fue consecuencia de una mala enseñanza o simplemente porque ese estudiante en particular no estudió. Lo que sí vale – lo que nos interesa en el fondo de esta idea – es conocer la tendencia y las particularidades de esos 100 millones de datos para intervenir rápidamente con soluciones para evitar los abandonos.
Retomando el ejemplo del “3 en Historia”, algunas preguntas que podrían surgir al disponer de ese gran archivo de datos: ¿hay alguna tendencia de aplazos en esa materia? ¿Se da en un único barrio, en una misma comuna? ¿Sucede en un mismo año o se repite en otros? ¿Se circunscriben en un Distrito Escolar? ¿Suceden en turno tarde o turno mañana? ¿Pasa más en escuelas públicas o en privadas? ¿Se da en algún mes en particular? ¿Todas las escuelas tienen la misma cantidad de instancias de evaluación? ¿Cuáles son los promedios?
Todas esas preguntas tendrían una respuesta inmediata y nos darían la posibilidad de intervenir a tiempo sobre los problemas que afronta el sistema educativo. Por otra parte esa información estaría abierta a toda la comunidad, gobiernos, ONGs, instituciones públicas y privadas, universidades, centros de investigación. Cada uno podría analizar e interpretar fácilmente los datos con diferentes fines.
Las familias reciben del Estado la educación formal de sus hijos; otras dan su confianza a la enseñanza privada. De una u otra forma pagan para que eso suceda, ya sea a través de sus impuestos y/o la cuota mensual del colegio. Son las primeras en manifestar su preocupación por la calidad de enseñanza que reciben sus hijos y muestran interés en colaborar en mejorar lo que está pasando en la escuela. Ningún padre o madre quiere que su hijo o hija abandone sus estudios secundarios.
Si hay algo que la tecnología nos demostró es el éxito que se consigue cuando la colaboración entre pares es canalizada hacia la concreción de objetivos comunes. Wikipedia, Innocentive y OpenIDEO son conocidos ejemplos que funcionan en base a la inteligencia de la comunidad. ¿Por qué no replicar esos modelos para mejorar la educación, empezando por reducir al mínimo posible el abandono de los jóvenes en la escuela secundaria?
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